Trabajadora Social Diplomada y Grado por la Universidad de Cádiz y la UNIR, Experta en Gerontología y Especialista en Intervención ante el Riesgo Social y el Maltrato a Personas Mayores por la Universidad de Salamanca, Master en Relación de Ayuda-ACP por la Universidad de Barcelona y Experta en Metodología Didáctica por la Universidad de la Salle-Madrid.
Tiene formación especializada en menores y en Inmigración por la Universidad Pontificia de Comillas de Madrid.
Tiene una amplia trayectoria profesional en el sector de las personas mayores en situación de riesgo social y maltrato. Actualmente es miembro de la comunidad académica y profesional del Comité Asesor “Envejecimiento y Sociedad” (UK) perteneciente a la Universidad de Illinois.
Es profesora asociada en la Facultad de Trabajo Social de la Universidad Complutense de Madrid y ha sido en la Universidad de Castilla La Mancha, así como en la Facultad de Terapia Ocupacional de Castilla la Mancha impartiendo formación en la materia y en Gestión de Servicios Sociales.
A lo largo de su trayectoria en el ámbito de las personas mayores ha gestionado desde equipos multidisciplinares la intervención social hacia esta población y ha trabajado desde la metodología de atención centrada en la persona desde la administración pública.
El título de este articulo resultaría normal e intrínsecamente lógico -aunque no por ello evidente- el que constituyese, más que el presentar planteamientos nuevos, una continuación natural de nuestro preciso “que hacer” profesional. Y es que pareciera que en los últimos tiempos, el fin que persigue nuestra profesión, se nos presenta, desde los más diversos puntos de vista, haciéndose necesario esclarecer la relación entre el trabajo social y su obra, y pareciera también que se vuelve sabido, aquello que nos encarnó como profesionales y que particularmente se dificulta por la duda de enfocar acciones sujetas a modelos de intervención que ,con rigor metodológico ,nos lleven a la legitimidad de una intervención social que dé sentido y estímulo a nuestra praxis y que se centre en el otro.
Pretendo destacar la esencia, persigo irradiar y comprender lo relevante, todo aquello que pueda haber influido en las decisiones o marcado las experiencias y nuestras acciones, para iluminar un poco más, la acción en toda su profundidad, en su dimensión, en la riqueza y en el DISFRUTE de los procesos de intervención social y poder así recuperar, el ENCANTO de lo que somos en el campo de las profesiones.
El primer des-encanto con el que nos encontramos los profesionales es que ahora la “intervención social” parece reducirse a una función de control y de orden público.
Esto conlleva al fin del encanto, porque parte de la mirada pequeña. De condicionar acciones a la certidumbre de respuestas que nos llevan a preguntar y a ver dónde quedo aquello de la epistemología:
¿Cómo sabes que sabes lo que piensas que sabes?
Si optas por simplemente lo sé… todo lo demás es epistemología. Y es que el encanto de la acción social clara parte de un conocimiento claro del marco de la acción, entendiéndose como competencias y disciplina, y del sujeto en interacción, como persona sobre la que recae la acción de la conjunción de las dos primeras.
En ocasiones accionamos, una praxis orientada con el triunfo de la intuición como fuente de conocimiento o viceversa, una praxis que nos convierte con el paso del tiempo en intuitivos y esto va haciendo que perdamos fuerza.
Nos encontramos ante una acción que debe ser justificada permanentemente y que termina reposando en un atractivo individual del profesional, al que mal llaman empatía y ya sabemos que no hay nada más aleatorio que la atracción y más fatigoso que la justificación permanente que nos exhorta a otro tipo de quehacer que no es intervención social. Pareciera que el fundamento de nuestra profesión es especialmente empirista y “medible” por todos .Y esto, lleva a prácticas poco satisfactorias, que trabajan desde la inmediatez, con un marcado carácter reduccionista y empobrecido del trabajo social.
El empirismo es una teoría filosófica que enfatiza el papel de la experiencia, ligada a la percepción sensorial, en la formación del conocimiento. Para el empirismo más extremo, la experiencia es la base de todo conocimiento, no sólo en cuanto a su origen sino también en cuanto a su contenido.
Cada vez nos resulta más difícil sujetar una adecuada praxis sin bases epistemológicas, porque los elementos que nos creaban hábitos en la tarea cada vez son menos. Y así debemos de estar motivados porque la acción de los trabajadores sociales se constituye en base a “vocación y valores”- argumentos que amortiguan la falta de epistemología en la práctica y que por otro lado resuena rancios – aunque estos dejen reducidos nuestros fines a una lógica de pura relación, de puro reconocimiento ajeno que nos insta una y otra vez a que otros nos valoren y a buscar nuestro sitio.
La motivación así, es aplastada por el peso de la interpretación banal que no atribuye sentido, o lo atribuye mal a una actividad autómata, perdiendo su unidad, pasando a realizar un trabajo prescrito , que se vuelve funcional a la institución y a la propia supervivencia del profesional y que por osmosisel otro percibe. Y es cuando la disciplina se transforma en un problema, porque quienes deben ponerla en práctica, y quienes la sufren, deben percibirla como justa. En la interacción de ambos se desvela una carente forma de hacer metodológica, poco técnica y por tanto poco estimulante para el sujeto y el objeto, y es que no hay objeto en trabajo social sin sujeto.
No se mira a lo relacional, y cuando la comprensión del objeto es fallida, el objeto relacional de la intervención social aparece ambiguo y como fuente de indeterminación de la tarea; un abordaje sin procedimiento o de carácter intuitivo que no transforman la realidad directamente sino que la media. No existe una mirada atenta al otro, debiéndose clarificar la confusión en los procesos ¿sobre qué conocer y sobre qué actuar? Las rutinas facilitan la vida pero trasforman la acción en reactiva y acomodada, y anulan los criterios tentativos y testeadores. Ubicados en el control y en el servicio, la experiencia profesional se orienta menos a alcanzar objetivos y más que a evitar cometer errores profesionales o a equilibrar registros de los que hacemos, a cuantificar.
Esto deriva en estilos profesionales más que en roles de trabajo. No dejo de señalar que la práctica efectiva, a veces, aparece como adaptación del profesional a encargos institucionales que desdicen o empobrecen la misión profesional. Nunca ha sido tan pesado construir discurso sobre motivación, sobre como los profesionales continuamente resaltamos la necesidad de motivar a los objetos de nuestro trabajo, y es que para motivar a los demás hace falta motivarse a uno mismo, hace falta ser capaz de comprometerse con la acción y llegar a ella armados de solidas motivaciones tradicionales, y esto… es recuperar.
Muchas cosas de las que podríamos hacer, mucho más interesantes y creativas, dependerían por un lado de la decisión del profesional e incluso de sus comprensiones ideológicas- andamos entre lo antropológico y lo axiológico-. Influencia recíproca entre dos individuos o elementos que están en contacto. Actividad laboral habitual, especialmente la que requiere habilidad manual o esfuerzo físico.
El quehacer metodológico tendría insuficiente presencia o extensión en los trabajadores sociales. No se puede entender la intervención social como el juego que se establece entre la proyección de características personales y la influencia del contexto en el ejercicio. El trabajo social es una actividad orientada por el conocimiento y los procedimientos técnico-científicos. Si fracasa la comprensión teórica, fracasa la apropiación intelectual del trabajo social, de su objeto de conocimiento y de intervención, y entonces lo que abre paso es a construir oficio . Cuando no se tiene claridad, la formación suele proceder de fuentes no relacionadas con la disciplina.
El saber es entonces un saber práctico, que surge de las situaciones de trabajo y las habilidades personales: Experiencia (tiempo y aprendizaje), experiencias sociales previas, la madurez personal y la apropiación de repertorios de solución que produce la practica o la relación con los compañeros. Se hace por tanto necesario recuperar la unidad teórica-practica y de ese modo la del objeto del Trabajo Social. Hay que centrar el eje en el espacio racional. Se necesita seguridad y para tenerla se necesitan criterios.
Es esencial pasar del ejercicio intuitivo al ejercicio orientado metodológicamente, a la presencia de metodologías explicitas. En esa actuación con método tiene importancia el conocimiento de la disciplina, pero también la auto-exigencia profesional. Esto marca una disonancia que conlleva el ser arriesgados, salir de la zona de comodidad. En palabras de Víctor Frank, es preciso recuperar un missing link: La responsabilidad. En el preciso momento en el que admito que existe la posibilidad de transformar lo que hacemos, en ese momento asumo inevitablemente la responsabilidad de no dejar escapar ninguna oportunidad.
Por tanto debo actuar sin dejar que se escape nada que pueda ampliar esa oportunidad. El activismo, siguiendo al autor, solo proviene del pesimismo. La intervención social, solo se legitima cuando es falsable, esto implica que puede ser rebatida por la vida misma de los otros y sus decisiones (no hay intervenciones iguales). Comenzamos a hablar de individualidad, de contenidos, de oportunidad y de ritmos.
Nos vamos aproximando a la Atención Centrada en la Persona. Cambiemos el control social que conlleva a atribuir un rol, conferir una identidad institucional y esperar que el otro se comporte según esta posición. Volvamos a generar servicios por la relación, con competencias técnicas que aproximen lo relacional, y que creen una relación que transforme. Algunos subsistimos diciendo ante esto que hacemos intervención social, sin darnos cuenta que andamos en la vieja distinción binaria entre el saber-hacer que ha sido sustituido por la tensión saber-conocer de la intervención social.
El empirismo es una teoría filosófica que enfatiza el papel de la experiencia, ligada a la percepción sensorial, en la formación del conocimiento. Para el empirismo más extremo, la experiencia es la base de todo conocimiento, no sólo en cuanto a su origen sino también en cuanto a su contenido. Cuando hablamos de intervención social, no nos referimos solo a un modo de hacer sino de ver. A diferencia de la identificación de la intervención social con el hacer y el ejecutar, los planteamientos que hoy son necesario recuperar son los procesos reflexivos que son constitutivos de intervención.
Es preciso remarcar que es necesario pensar nuestra forma de ver, precisamente porque nuestra profesión esta puesta en el desafío de la intervención. No es puro hacer, es el desafío de la mirada epistemológica, ya que ellas direccionan la interpretación del fenómeno y en función de la interpretación del fenómeno, los caminos serán diferentes. Solo revisando las interpretaciones podemos modificar las formas de intervenir. Aballea dice así: Hay una intervención social cuando, de una cierta forma, la solución a los problemas se basa esencialmente en la calidad de la relación. Y ésta es la base… En el léxico profesional, la relación profesional se percibe como estructurante, porque el profesional de lo social es portador de una ley simbólica muy superior a las leyes y reglamentaciones sociales.
La retórica profesional del Trabajo Social, propia de los técnicos de los años 60 y 70 afirmaba que el Trabajador social es únicamente trabajando con la relación porque por sí solo, él es un programa institucional. Los Trabajadores sociales trabajamos sobre flujos no sobre necesidades sociales, y esto es relacional.
El individuo tiene que ser orientado por su propia brújula y el anclaje de vida (flujo) de cada persona con la que trabajamos es distinto. La auténtica repercusión de la realidad de la influencia profesional es la que hace de ella algo mágico. En esa relación que se establece donde todo genera sentido, coherencia.
Es preciso especificar con concreción el acto profesional para que esa relación rehúya de la banalidad de los encuentros. La vivencia de las personas con las que trabajamos no es elocuente si no es interpretada. Considero que tenemos una formación sólida que nos prepara para entrar en nuestro campo, que nos proporciona elementos de trabajo, que nos da una metodología, que nos respalda completamente.
Recuperemos el espacio llenos de encuadres metodológicos y llenos de espacio de autonomía (autonomía activa hacia el otro). Es difícil cambiar el paradigma de la intervención porque el control aporta un estatuto ante los otros y al otro, por eso los profesionales no renunciamos al control. A contrario de todo juicio moral, el control se aplica en la definición de los casos y de las atribuciones de identidades: como etiquetaje. A veces, los profesionales usamos el control como única manera de entrar en contactorelación con el otro.
Sin importar cuál es el deseo de obtener el consentimiento de los actores. Esta es la parte menos digna de la profesión porque los Trabajadores Sociales son así identificados con un sistema que no reconoce para nada su aceptación. Egan sin embargo hablaría de establecer una relación significativa. La ACP-La relación La Atención centrada en la Persona (ACP), reconoce el individualizar, el autonomizar, la oportunidad, el cambio.
El otro no es reducido a un caso, ni a un poseedor de derechos, ni el profesional potencia y reduce su acción aestar dominado por el clientelismo. El modelo presentado en esta ponencia es tan nuevo, como antiguo.
Está sujeto al deber de integrar las mejores técnicas de ayuda, en un esquema sistemático, orientado a metas (como sugiere Aristóteles ya de muy antiguo a un principio, una parte media y un final) a un proceso. Por tanto es una relación de ayuda profesionalizada, planificada: Es un proceso relacional. La lógica de la ACP considera al otro como una persona singular, como un sujeto que debe diferenciarse paulatinamente del usuario y del objeto dedisciplina de control social. Permite personalizar y atender a la persona promoviendo su dignidad más intrínseca, permite el “Esseestpercipii “el ser es ser percibido. Hay quien presentaeste modelo de atención integral centrada en la persona como algo bien articulado en dos características consustanciales:
La integralidad y la centralidad de la persona. Y esto se consigue con la RELACION centrada en la persona, (RCP) esta es la clave, y ello implica estilos a desaprender muy aprehendidos. Implica combinar la técnica con la relación, y la relación sin control transforma la intervención social en incertidumbre y esto en una supuesta inseguridad del profesional. En la relación el trabajador social trabaja con lo que es, porque no se apoya en la autoridad moral del control ni sobre la autoridad carismática, que no pertenece a la profesión, sino a uno mismo. Se considera que esa relación es la única capaz de constituir al otro como un sujeto por intermedio de sus emociones y una forma de distancia consigo mismo que no pertenece más que a él, porque se desliga del control y del servicio prestado. En la ACP El rol del profesional no es determinante a la hora de proporcionar soluciones, sugerencias o formas de análisis. Nuestro espacio de hidalguía es la relación.
La relación es el territorio de la autenticidad profesional, según Jacques Ion, el autor considera que no puede haber más tesituras de la acción, es ese Trabajo Social en singular y a partir de ella, esa relación no tiene otro horizonte que ELLA MISMA. La eficacia simbólica es la que se centra en la relación, es la que permite el compromiso y (el prestigio de nuestra profesión). La RCP se define como aquella en la que uno de los participantes intenta hacer surgir, de una o ambas partes, una mejor apreciación y expresión de los recurso latentes del individuo y un uso más funcional de estos. Es un error pensar que el profesional debe transmitir al sujeto una serie de nuevas experiencias, deformaría la función. Si bien en la RCP el locus de control reside en el profesional, no es una relación simétrica. El profesional debe estimular liberar y reorganizar las funciones de aprendizaje y los contenidos de las experiencias.
El cambio se produce por razones que sean importantes para él. El impulso del cambio ha de venir de dentro no de fuera La relación para la transformación de las situaciones es una petición de principios, de esos que no deben justificarse para ser accionados. En la relación todo es metodológico, nada es anodino. Toda acción es consciente, controlada, intencionada y metódica.
La acción recobra sentido porque cada cual se concibe como autor de ella, desde su autogestión, supone activar elementos de anclaje vital con el protagonista de la intervención. Hablar de RCP es poner de relieve, ya desde el principio, la importancia que tiene ésta en todo el proceso de ayuda, en un contexto apropiado.
Las acciones con la RCP engranan poco en el conjunto, porque el cambio es lento. Cuanto más lento avancemos más rápido lo hacemos. Desde que Carl Rogers – me resulta inevitable evocarlo- nos ayudara a pensar en formas de ayuda centradas en la persona y con un estilo no directivo, sino facilitador han pasado algunas décadas .Rogers descubrió que en toda persona, por muy dañada que este, existen por naturaleza fuerzas de crecimiento y desarrollo que la empujan a realizarse lo más posible como persona en contacto con su ambiente. Persigue convertir en consciente el reflejo inadaptado inconsciente, aumentando la competencia relacional.
La toma de conciencia del contexto relacional del usuario permite entender ciertas resistencias –aparentemente irracionales-que puede presentar el ayudado a lo largo de la RA. Rogers concluyo que el cambio se produce con el cambio del profesional en el planteamiento de la intervención “¿Cómo puedo tratar, curar o cambiar a esta persona?”, en tanto que ahora la pregunta sería: “¿Cómo puedo crear una relación que esta persona pueda utilizar para su propio desarrollo?” Por aludir a otros autores Maslow decía que lo que lleva al cambio es la relación. La relación implica llegar a ella vacíos de nuestras experiencias.
No es posible hacer intervención social desde el estrato social y la experiencia vital impregnada de sentimientos y valores propios…en palabras de Gabriel Marcel peligra la “disponibilité” (la disponibilidad) la disposición para “servir al asunto” ante la dificultad de abstenerse de sí mismo. La RCPimplica bajar ¿qué vemos desde abajo? se ven las cosas más grandes, se aprecian mejor los detalles y la singularidad .Las personas cambian de muy diversas maneras y por una multitud de razones diferentes básicamente porque la vida de las personas con las que trabajamos es crónicamente recidivante.
El curso de la vida de las personas con las que trabajamos debe de estar en relación con su realidad y su destino, y su destino es el que ella debe conquistar, pero para acompañar con precisión se debe conocer. (al otro y nuestra metodología) Y para ello, sigue presente como solido tronco de el establecimiento de la relación, la triada rogeriana, la triada de actitudes que facilita la relación y que crea la atmosfera del cambio: la empatía, la autenticidad, y la aceptación incondicional o consideración positiva.
Estas tres características son decisivas a la hora de que se produzca un cambio natural centrado en la persona. Hablar de empatía, de aceptación incondicional, autenticidad me lleva a hablar de relación coherente, de cambio, de oportunidades, y me lleva a hablar del ENCANTO de intervenir. Y el encanto de la intervención centrada en la persona conllevatener claro que los sujetos con los que trabajamos desean que los reconozcamos. En cualquier situación, es posible experimentar un movimiento por un sentido de vida, asumir su responsabilidad e instituir su libertad de elección. Me lleva a alertar a los profesionales a saber ver el ritmo y el contenido de las situaciones con las que trabajamos. Los cambios son lentos y deben de ser vistos por el otro.
Hay que hablar de alteridad y dar al otro la oportunidad de hablar de lo que hace sin posicionarse en términos de bien y mal. Leonardo Da Vinci decía que nada nos engaña tanto como nuestro propio juicio. Nuestra tarea es ser auténticos, creer en el cambio y saber que estos suceden alrededor de la relación. La atención integral y centrada en la persona por tanto es una auténtica personalización (mirando desde el otrotriada rogeriana), coordinada (metodología) y continuada (proceso) con un acompañamiento profesional (la relación) que diseña, coordina y evalúa planes personalizados que promuevan la autonomía y el bienestar, desarrollando proyectos de vida. La atención centrada en la persona ha de ir mas allá de la atención individualizada clásica, centrada en las necesidades, se centra en el proceso. El trabajo sobre los otros es una actividad ética, porque asigna una identidad a los demás y siempre pone en juego de manera explícita o implícita orientaciones normativas sobre los demás.
El profesional debe crear condiciones que generen motivación por imperativo categórico. (Valores del código deontológico que sustenta el modelo) Creer es los procesos de cambio implica reconocer que las crisis reducen capacidades. La relación centrada en la persona implica observar mucho la zona visible para tener estrategias para la zona que el otro no ve. El individuo descubrirá en sí mismo la capacidad de utilizar esta relación para su propio desarrollo. El individuo posee en sí la capacidad y la tendencia -en algunos casos, latente- de avanzar en la dirección de su propia madurez. La empatía consiste en darse cuenta con precisión del cuadro de referencia interno de la otra persona, justamente con los componentes emocionales y significados a ella perteneciente sin perder nunca la condición de como sí. La operatividad del proceso es la comunicación.
No se puede hacer intervención social y en concreto RCP sin estar ebrio de teoría, sin finalidad, sin freno, sin objeto, por la alegría de hacer pero sin contenido. Solo se puede hacer desde la obcecación de desear lo nuevo, el cambio. Andar en vacío no es intervenir, es informar o direccionar. Si no contamos con las habilidades y actitudes que favorecen la relación, es fácil que eludamos los casos más difíciles para situarnos allí donde el trabajo nos resulta más cómodo, más gratificantes. Los profesionales deben cambiar, deben volver al saber estar en la intervención social y ese saber estar es transformando.
Antes de ver en la figura de nuestra profesión la figura inacabada e incierta de un trabajo imposible por los contextos es preciso ver en él una oportunidad, la oportunidad de los procesos de cambio. La institución debe ser el marco integrante. Nuestro deber es ser grandes y defender la grandeza de los que hacemos. Las personas son tan hermosas como las puestas de sol, si se les permite que lo sean. En realidad, puede que la razón por la que apreciamos verdaderamente una puesta de sol es porque no podemos controlarla. Esta es la belleza y el reto de la intervención social.